Historia del Sello "One Cent" de 1856 Parte 1



Sello One Cent 1856

El 5 de abril de 1922, en un salón del Hotel Drouot de París, se hallaban reunidos los grandes coleccionistas de sellos de Europa y América, comerciantes, expertos y millonarios, realizando una subasta de sellos de la colección del Conde Felipe de la Renoitiere von Ferrari. En una urna de cristal, sobre la mesa del director de la subasta se mostraba un sello, que era la principal atracción, el de "once cent", de la Guayana Británica, de 1856, ejemplar único en el mundo. La subasta comenzó con esta estampilla. 


La subasta llegó al nivel de los 150000 francos, y continuaban las pujas. Al llegar a los 200,000 todos los participantes, incluyendo al representante del Rey Jorge V de Inglaterra, se retiraron, y quedaron solo contendientes, Maurice Burrus, un francés, y Arthur Hind, un norteamericano, ambos millonarios. Mister Guilbert, representante de Hind, ofreció 280,000 francos, Burrus resubió a 290,000 y Guilbert ofreció 300,000. El subastador anunció tres veces la última licitación, y al no obtener respuesta, dejo caer el martillo. El famoso sello se adjudicó a Mr. Arthur Hind, de Utica, Estados Unidos. 

Origen del famoso sello de "One Cent"

Vernon Vaughan, un muchacho de 13 años, de Bath, Inglaterra, despegaba los sellos de cuantos sobres de cartas caían en sus manos, y sus amigos le regalaban todos los que podían.

Una tarde de noviembre de 1872, Vernon subió al desván de la antigua casona en que vivía, y encontró una caja de cartón, llena de cartas viejas, con sus sobres y sellos. Entre ellos había uno de papel muy delgado, de color rojizo y sucio. Este sello no le gusto; no obstante, lo guardó en una carpeta, junto con otros, para hacer canje o venderlos.

En aquel momento Vernon estaba interesado en comprar un lote de sellos modernos, muy vistosos, que acababa de recibir un comerciante amigo suyo. Como no le alcanzaba el dinero que tenía para esa compra, decidió vender algunos de sus sellos sobrantes, entre ellos aquel sello viejo y feo, y se fue a ver al señor McKinnon, un coleccionistas que él conocía a través de un amigo.

McKinnon examinó lo que el muchacho le ofrecía. Aquel sello de color solferino, aunque un poco estropeado, le pareció interesante. Le pago unos cuantos chelines a Vaughan y se quedó con los sellos. 

Continuará...




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